El sistema educativo se encuentra colapsado.
Millones de niños en todo el mundo apenas están aprendiendo a leer en las escuelas.
Aún así, los docentes del modelo tradicional se encuentran negados en su mayoría a la realidad.
En el modelo educativo tradicional, que es tan solo uno entre muchos otros, la práctica era muy simple: un docente daba órdenes y los niños hacían lo que se les decía.
Es un modelo basado en una estructura vertical, jerárquica, autoritaria y disciplinaria. Es decir, un modelo educativo creado para formar a las personas dentro de un sistema de sometimiento a la autoridad.
Como proclamó Johann Fichte cuando propuso este modelo educativo en Prusia en 1807 (que fue luego copiado en las escuelas del mundo), la educación debía tener como fin la formación de un individuo que no pensara por sí mismo, sino que pensara como se le ordenara pensar, al servicio del Estado.
Por lo tanto, se comenzó a formar a los docentes en ese modelo verticalista y el Estado definía qué debía aprender cada individuo, cuándo y cómo.
Cabe reiterar, como dato fundamental en lo que se refiere a la educación, que este es tan solo un modelo educativo entre tantos otros.
En particular, antes de este modelo disciplinario, en las escuelas de Europa se aplicaba la pedagogía Pestalozzi, que priorizaba la autodidáctica y la exploración del conocimiento por parte de los niños. Para los Estados, sin embargo, este modelo pedagógica, que le enseñaba a las personas a ser autónomas y pensadores críticos, no era conveniente. Como decía Fichte, haciendo eco de las ideas de Aristóteles, los individuos no debían pensar por sí mismos, sino que debían estar al servicio del Estado.
Luego, en 1925, Emile Durkheim proclamaría que en ese modelo educativo el deber del docente era suprimir toda individualidad y aplastar las pasiones de cada niño que, según él, "amenazan todo el tiempo con florecer". Esto terminaría de afianzar el modelo educativo que aún hoy sigue vigente en las escuelas tradicionales.
Sin embargo, como se evidencia en todo el mundo, es un modelo que ha colapsado. Cada vez más se producen casos de agresiones de los estudiantes a docentes, de padres a docentes, de estudiantes a otros estudiantes y así sucesivamente escala la violencia a niveles nunca antes vistos. Los casos de acoso escolar se duplican año a año, como afirma la ONG "Bullying sin Fronteras" (nominada al Premio Nobel de la Paz 2024).
Pero, como la formación de los docentes solamente se centra en este único modelo educativo, es que muchos no comprenden lo que está sucediendo en las escuelas cuando los estudiantes se oponen a este modelo.
Las respuestas más comunes cuando se pone en evidencia el colapso del sistema educativo son, entre tantas otras:
"Es que la familia no ayuda con la educación"
"Es que el problema viene desde la casa"
"Es que los jóvenes consumen cada vez más sustancias nocivas"
"Es que son adictos a las pantallas"
"Es que no acatan órdenes"
"Es que no respetan la autoridad"
Y así sucesivamente...
En ninguno de estos casos se plantean si no será el sistema educativo mismo el que falla, como ya han confirmado informes de UNESCO, OCDE, UNICEF, y cientos de expertos en educación.
Ya es más que evidente que el sistema educativo debe cambiar, pero la resistencia a realizar la introspección necesaria y reconocer las fallas del sistema es uno de los problemas principales por los cuales los cambios no suceden.
Pero el motivo es mucho más profundo.
Un docente que haya ejercido su cargo por 20 años o más (como sucede en la mayoría de los casos), ha construido su identidad alrededor de su profesión. Entonces, cuando se evidencian las fallas del sistema educativo no podrá comprenderlo como una crítica necesaria para el cambio, sino que en muchos casos lo percibe como un ataque personal.
Cuando una persona se presenta como "yo soy docente" (o cualquier otra profesión), su identidad está irreversiblemente entrelazada con lo que hace cada día. Su verdadero ser se ha esfumado detrás del rol que ha asumido.
Entonces, ante el colapso del modelo educativo, su identidad misma se siente amenazada. Si la escuela desaparece, ¿qué será de esa persona?
Se presenta en consecuencia un dilema fundamental.
Mientras tanto, existen diversos otros modelos educativos, no centrados en un programa de estudio, no centrados en la autoridad, no centrados en el modelo disciplinario y no verticalistas.
Estos modelos, en la práctica, han demostrado que existen muchas otras formas de educar, así como se educaba también antes del modelo disciplinario, por ejemplo, con la pedagogía Pestalozzi.
Lo que es necesario, entonces, es que se comience con deconstruir esa identidad que han construido los docentes alrededor de su trabajo. Solo entonces podrán comenzar a comprender que existen otras formas de educar.
Ya el docente no es más la autoridad en el aula que solía ser. Ya no es más quien sabe más. Ya no es más guardián del conocimiento.
El mundo ha evolucionado hacia modelos más horizontales de aprendizaje, pero para poder asumirlo, es necesario primero dejar de lado al ego que se aferra a esas viejas estructuras.
El desafío, entonces, es psicológico, no estructural.